Lo bueno de la soltería es que tu corazón es sólo tuyo. Puedes dar otras cosas sin miedo y disfrutar de lo que pasa sin que te hagan daño. Es la situación perfecta. Piensas en ti y no dejas que nada te rompa. Tienes cuidado y disfrutas de cada día. Piensas en ti y en lo que deseas, y tienes un montón de tiempo para gastar en tus tonterías. Además es más fácil querer a todo el mundo. La gente mola más y nada te asusta. Y cuando te gusta la soledad, que es un lugar en el que creo que hay que saber acomodarse, hay un confort. Un centro. Un punto de apoyo. Tú y lo que deseas ser. Un mundo de posibilidades.
Lo malo de no temer al mundo es que estás totalmente receptivo a lo que ves, escuchas o hueles. Y el mundo es un lugar hermoso. Tienes ganas de comerte todo lo que pasa por delante y disfrutas de forma limpia de la belleza, de la bondad y de las demás personas. Y de pronto, aparece ella. (Digo “ella” en mi caso. También pasa igual con “él”. Supongo que funciona igual en todas las direcciones…). Y te das cuenta de que te atrae tanto que renunciarías a todo por saciar la curiosidad de conocerla.
Yo siento que siendo invencible aparece alguien que podría aplastarme con el dedo meñique. (Que me asusten me va). Y la conoces. Y te gusta tanto que empiezas a hacer todo lo que te juraste hace dos meses que nunca harías. Y mola. Y quieres ir más allá. Al fin y al cabo tu libertad te lleva a ponerte a prueba, y la sensación de estar bien tú solo, te empuja a buscar algo más.
¿Y qué hay más grande que compartirlo todo con alguien? Al principio ni te lo piensas. Eres invencible y ¡¡¡¡¡le gustas a esa diosa!!!!! No puede pasar nada… Un poco más tarde te das cuenta: Tu tiempo en soledad ya no mola tanto como el tiempo con ella. Y ahí es cuando yo me cago de miedo. Tengo los huevos y el empaque para seguir adelante, pero eso no significa que no haga falta un ejercicio de introspección y de definición sobre lo que soy. Para poder darme a alguien necesito saber quién soy, que estoy entero, y que podré ser yo mismo. También necesito saber que me quieren, que no hay dudas y que me van a acompañar de la mano aunque ella esté igual de asustada. Y ahí, en ese punto, aparecen los pandelirios. Esos pensamientos que te desvían del camino. Esas ideas, que en tu cabeza, se imaginan el peor desenlace posible, que te cuentan lo mas chungo que podría pasar. Cosas en las que realmente no crees, pero que te inundan.
¿Tus miedos e inseguridades a merced de alguien a quien casi no conoces? No. Tus miedos e inseguridades a merced de tu cabeza. Tienes que enfrentarte contigo mismo. Creías que te conocías, pero otra vez tienes que definirte. Tienes que aceptarte, aguantarte y escucharte. Y a veces lo que uno piensa y lo que uno siente no es lo mismo. Te hace una visita un “Yo” extraño que te vuelve a preguntar otra vez lo que te preguntaste cuando te quedaste solo, y resulta que ya eres otro.
Querer a alguien nos transforma, nos obliga a ser más que nunca lo que queremos ser, a buscar la mejor versión de uno mismo. A desear ser perfectos, a querer cumplir nuestras expectativas sobre nosotros mismos. Nos obliga a evolucionar. A crecer. A hacernos preguntas incómodas. A mirarnos a un espejo implacable. Una vez más, solos ante el abismo de lo desconocido. Solos ante nosotros mismos. Solos frente a alguien en quien quieres depositarlo todo.>>
No hay comentarios:
Publicar un comentario